¡Ah, la vida desde mi privilegio! Saber que puedo encontrar casi cualquier cosa en una tienda u ordenarla en pijama, desde mi casa y esperar a que al día siguiente alguien toque a mi puerta y me la entregue. Saber que las herramientas digitales pueden ofrecerme hallazgos, en esta búsqueda infinita, para continuar compartiendo.
En la entrega pasada hablé de mis ancestros, los Almaraz, de Monterrey, a tantos kilómetros de distancia y ocho generaciones lejos, en el tiempo. Casi a diario hay alguno más que aparece y es en ellos en quienes más me he detenido. Para explorar el norte, una biblioteca digital me ofrece un par de tesis sobre esclavos negros en el Norte y sobre la historia de fundaciones de lugares que hoy son ciudades. Haber estado en algunas de ellas estimula mi imaginación, pues he pisado lugares en los que también estuvieron mis ancestros.
Me encuentro por ejemplo que Cadereyta fue fundada por veinte familias españolas, entre ellas la de Don Luis de Zúñiga Almaraz. ¡Sí, el apellido me emociona!
Proveniente de Huichapan, en el Valle del Mezquital, Hidalgo, Don Luis viajó al norte desde esta zona minera cercana a la capital novohispana. Un español recién llegado, si no hallaba oficio redituable en la capital, emprendía el viaje hacia las minas, donde podía hacer fortuna. Una vez reunido el capital suficiente, el espíritu de aventura llevaba a algunos a continuar hacia el Norte indómito, en este caso, hacia el Nuevo Reino de León.
El primer intento de fundar Monterrey fue hecho, ya lo sabemos, por Don Alberto del Canto, un militar luso-español de origen judío-sefardita, que durante la conquista exploró la zona noreste de México. Fue su primer alcalde, la bautizó como Ojos de Santa Lucía y así fue nombrando lugares, como el Cerro de la Silla, por su parecido con una silla ecuestre. Don Alberto fundó también Saltillo, pero fue encarcelado por la Inquisición acusado de judaizante. Escapó y estuvo escondido hasta que se retiraron los cargos. Su intento de fundar la ciudad quedó en suspenso y luego ya vendría Luis Carvajal y de la Cueva y Don Diego de Montemayor a darle el nombre de Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey en 1596, para congraciarse con el Virrey Gaspar de Zúñiga Acevedo y Velasco, Conde de Monterrey.
Pero en torno a las que se convertirían luego en grandes ciudades, otros españoles llegaron a establecer poblados en los alrededores. Por encargo del Gobernador don Martin de Zavala, Cadereyta fue el 12 de marzo de 1637,por don Luis de Zúñiga y Almaraz. Su fundación tuvo lugar en la isleta que forman los ríos San Juan y Santa Catarina.
De Don Luis sabemos que envío al Rey una Relación de Méritos fechada 16 abril 1635. En ella detalla haber llegado al sitio junto con otras veinte familias, provenientes todos de Huichapan. Declara haber venido “con mucha cantidad de ganados menores, con seis españoles que a su cargo los traían y más de cien personas: indios e indias, chicos y grandes, y negros para la guarda el del dicho ganado.”
Mi emoción aumenta conforme entiendo que la autoridad permitió la fundación de Cadereyta con el asiento de estas familias y que estos pioneros luego pedirían tierras para pastorear su ganado o cultivar trigo, que por el clima se da mucho mejor en el Norte. La abundancia de agua explica cómo los indígenas que venían con ellos debieron acostumbrarse a sustituir el sabor del maíz por el del trigo, al elaborar sus tortillas con harina de los trigales, y sonrío al pensar cómo Santa Rosa, nuestra empresa, a miles de kilómetros de distancia, se beneficia de esta bendita adaptación, produciendo tortillas de maíz y tortillas de trigo en una fábrica que establecimos en este Norte, que seguimos conquistando.
La historia de los mulatos, coyotes y mestizos “de a medias” que he encontrado en mi árbol genealógico, justo en este siglo, el XVII, está a punto de cerrarse con un último eslabón.
Don Luis de Zúñiga y Almaraz trajo semillas de todos tipos y nunca sabré si mis ancestros adoptaron el apellido Almaraz porque Don Luis ejerció cierto derecho sobre sus esclavas -hacían falta manos para cultivar, manos para trabajar, sería su justificación- o si los hijos de estos esclavos, despojados de su nombre africano o indígena, se mezclaron entre ellos y adoptaron el apellido de su dueño y patrón.
Indios y negros para la guarda del ganado y para todos los trabajos hubieron por todo el Reino y es en mi propia sangre que vivo la Historia, la comprendo y la honro.
Desde mi privilegio, mi familia continúa con las conquistas de mis antepasados, al menos a nivel del mercado, y quizá algún día haya algún curioso con tiempo que quiera explicar, desde su privilegio también, cómo una familia viajó aún más al Norte a continuar lo que otros iniciaron.
En 1642, Juan de Zúñiga Almaraz, hermano de Don Luis, pide licencia para el traslado de un obraje. La siembra de algodón iba creciendo y para obtener tal permiso declara que “hace tiempo de cuatro años que entré a poblar la villa de Cadereyta con mas de cuarenta indios naboríos, con sus hijos y mujeres, y muchos bueyes mansos, rejas y aperos para fundar haciendas de labores y que ha estado sacando una acequia de agua para labor por más de un año, que le ha costado más de dos mil pesos de maestro y españoles que están sobrestantes con salario en la dicha acequia.”
Las empresas continuaron. Don Juan, el empresario, y su hermano Don Luis, el fundador, quizá sonrían al darse cuenta que casi cuatrocientos años después alguien se ocupa de sus nombres y sus afanes y los continúa en un círculo virtuoso llamado Santa Rosa, que genera riqueza, la hace girar y multiplicarse y la devuelve hasta derramarse en la tierra en que se originó.
Del apellido Almaraz, de origen árabe, me ocuparé en otra entrega.
I am grateful to live, work and learn on the core unceded traditional territory of the kʷikʷəƛ̓əm First Nation which lies within the shared traditional territories of the Tsleil-Waututh, Katzie, xʷməθkʷəy̓əm, Sḵwx̱wú7mesh Úxwumixw, and Quay Quayt First Nation.